Hace casi más de un año en las paredes rosarinas "apareció" una bicicleta.
Una presencia franca, un asombro cotidiano que no deja de sorprendernos.
Una bicicleta que vuela de tapial en tapial, sin dejar de estar inmóvil.
Singular e infinita a la vez, es un sueño pintado por la vida.
Pedalea entre basurales y flores, está en Ludueña y en Fisherton, en Echesortu y en la República de la Sexta, en Alberdi y en el Saladillo, en el Centro y en Empalme. Y como si fuera una huella de un pasado difícil, un tatuaje o una cicatriz en la piel de Rosario, nos deja su perfume en las miradas.
Hugo Alberto Ojeda Escritor |