LA HUELLA
Lo que
es y
está no puede prescindir de un tiempo y un
espacio; y es allí donde dejan su marca el haber sido y el haber estado. El
interpretar una huella nos demanda entender, recordar. Como dato, seguirá a
pesar de nuestra indiferencia, no obstante se desvanezca; siempre queda
algo: la huella como testimonio. Superficie de ausencias imprescindibles
para la instauración del misterio.
Rastros visibles
Las calles de la ciudad y en ese contacto de mirar el suelo, nos
proporcionan situaciones que en lo cotidiano no se advierten, texturas
variadas y diferentes equipamientos urbanos: rejillas de desagües, tapas de
servicios de infraestructura que permanecen ocultas, almacenadas, cada uno
con su identidad formal. Ellos nos sumergen en un secreto que intuimos: el
"latido de la urbe".
Los iconos están a la vista -verdaderos vientres urbanos- tapando redes
de conexiones que nos vinculan los unos a los otros.
Hugo Cava, mediante el calco de impresiones callejeras, con técnica del
grabado y directamente desde el lugar
entinta el objeto
cuidadosamente seleccionado.
Son obras: aquella del registro redondo y simple, con la regularidad de
líneas concéntricas, convergentes en una centralidad marcada por las
iniciales de
obras sanitarias, y la otra propuesta, las huellas
espontáneas y anónimas; son signos: de una palabra oculta e invertida, la
presencia de un esqueleto estructural -remite a vértebra- y el registro
de una pisada que se detiene en su andar. Espacio que fluctúa: atmósfera
difusa de contornos imprecisos, cuyo límite lo contiene precariamente una
cinta adhesiva que actúa como borde, superpuesto sobre un fondo negro que
recorta la
señal.
Es analogía, una coincidencia de lo urbano y lo humano, entre ausencias y
presencias. El rastreo de la huella es la marca visible de la vital
existencia, que palpita, y la urbe secretamente esconde.
Amar. Temer. Partir.
El lugar, el día y hora fue señalado. Hace frío ese final del día; es el
anochecer. A cielo abierto, en el desolado parque se abrió una zanja para
plantar un "retoño" de ceibo, cuya flor es el símbolo nacional.
La acción fue una ceremonia inaugural, con público presente. Se inició el
acto con la simultaneidad de plantar el arbolito y la lectura del
significativo texto, proporcionando el marco referencial de la performance:
Amar.
Temer.
Partir.
Pero cuando la experiencia se ordena en torno a nociones tan frágiles como la identidad y
la historia, partir no es parto, sino partirse.
El barco surca el océano, y un golpe del oleaje borra las letras de tu nombre, garrapateadas en la proa.
Y la marejada te arroja, náufrago y anónimo, a una playa extranjera, donde ese zumbar de moscas de esmeralda no puede ser, nunca será, un lenguaje.
La utopía siempre estuvo en otra parte.
La utopía, ese sueño que como un vacío aspirante arrastra al soñador a las rocas en las que encalla,
contra las que su rostro se quiebra para siempre. Porque una vez traspasada la frontera entre el sueño y la vigilia, el sueño se hace realidad, y como tal, se torna insoportable.
Pero los soñadores insisten: huyen a tientas en un viaje sin retorno. Para ellos fueron las Indias, Eldorado, América. Para nosotros, nacidos en alguna parte al costado del mundo, todo aquello que esté más allá del horizonte: el planeta. El mundo. Nos corroe la nostalgia del mundo.
Y no vamos, y nos volvemos fantasmas sin morir.
Fantasía apocalíptica del "que se vayan todos", de que no quede ninguno para regar el árbol. O de que me dejen sola, única habitante de esta tierra, estaqueada a unas míseras raíces, maquinalmente repetida en el rito diario de regar el árbol y sentarme a su sombra a tomar mate , esperando esas cartas que jamás llegarán. Las cartas de los otros, los queridos fantasmas, los que envían noticias del mundo.
O despertar un día Oreille Antoine, el loco déspota que sólo reinaba sobre el viento. Y dinamitar la Patagonia, sólo para creer por un instante que el estrépito del roquedal en estampida es el coro de las voces perdidas de mi lengua.
Irse: para qué. Quedarse: para qué. O quedar boyando a mitad de camino, sin terminar de despertar jamás del sueño, un sueño tan inútil como cualquier acción.
Pero despertar sería nacer, y haber nacido se torna insoportable. Cada vez más insoportable.
Irse: a dónde, quedarse: en qué pisoteado, manoseado, y encallecido por la costumbre, lugar.
"Estoy estando, estoy estando estando, estuve estando, estuve estando estando.
¿Estoy estando? ¿Estoy estando? ¿Estuve estando? ¿En qué mundos?" (*)
Texto de Beatriz Vignoli
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La huella quedará en la memoria de los espectadores, de ello se encargará
el emplazamiento
in situ de una placa recordatoria: "Recuerdo de
Argentina". Grupo Rozarte.
(4)
Y las palabras, las repetidas palabras, hoy desaparecidas: "Si puede quedarse, riéguelo".
(4) Integrantes Grupo Rozarte: Xil Buffone, Hugo Cava, Gabriela Gabelich,
Gabriela Aloras, Marcela Catáneo, Raúl D'Amelio, Ruth Boselli,
Marta Dunster, Verónica Serra,
Aurelio García, Cesar Baracca, Oscar Vega,
Pancho Vignolo, Víctor Gómez, Beatriz Vignoli y Miguel Passerini.