La apreciación socrática
sólo sé que no sé nada se hace presente de manera
constante en los diferentes ámbitos de incumbencia del arte digital: cada
autor, cada espectador, cada crítico o promotor de arte, debe actualizar y
profundizar sus conocimientos permanentemente, con la certeza de que en el
universo de la tecnología digital, quizás más que en cualquier otro, las
posibilidades se multiplican más velozmente que en tiempo real...
No obstante los tiempos personales deben ser respetados, ya que nada indica
que la creatividad y el criterio personal puedan ser acelerados por
mecanismos externos.
Ninguna vorágine desenfrenada conduce a buenos términos y es necesario
tener en claro que ni el mayor conocimiento de la herramienta, ni el equipo
más moderno, poderoso y actualizado garantizan por sí mismos mejores
resultados. El riesgo de caer en la trampa del efectismo acecha tenazmente
y el único conjuro ante esta tentación pareciera ser proceder con
inteligencia, prudencia y reflexión crítica.
El arte digital desde diversos puntos de vista ha llegado para derribar
fronteras.
El arte digital se ha encontrado en manos tanto de jóvenes valores como así
también de artistas plásticos de renombrada tradición pictórica o
escultórica que han sido seducidos por esta herramienta que encontró el
espacio perfecto con el auge o popularización de la computación.
Tradicionalmente, las Bellas Artes fueron ejecutadas por pintores,
escultores, grabadores. A mediados del siglo XIX con el surgimiento de la
fotografía comenzó una revolución respeto a las posibilidades técnicas y a
la interacción de las diferentes técnicas y herramientas artísticas, pero
es en la actualidad cuando esta apertura de relaciones encuentra su apogeo.
De la mano de la tecnología digital, es que el arte está en manos de todos
ellos -pintores, escultores, grabadores, fotógrafos artesanos y diseñadores
calificados-, pero también de arquitectos, ingenieros en sistemas,
diseñadores de objetos y jóvenes con ganas... Los primeros aportan su
acervo artístico, otros su experiencia en cuanto a la luz, otros su
adecuación a un fin utilitario, otros sus conocimientos de psicología
visual y marketing, otros la organización de los espacios, otros sus
profundos conocimientos de la herramienta informática y la nueva generación
su espontaneidad. Además en este ámbito inmerso en la cultura digital, que
abarca, además, casi todos los aspectos de la vida- se considera artista a
quien gestó la idea en cuestión más allá del ejecutor primario de las
imágenes utilizadas. Esto no es una novedad exclusiva del arte digital, ya
que si bien en su momento causó controversias, son sobrados los argumentos
sobre la autenticidad en la autoría artística con la sola concepción de la
obra (recordar Rodin, Duchamp, etc.) Si bien hay autores que utilizan la
tecnología digital para intervenir imágenes propias ya sea que provengan
del mismo medio digital o de uno de los tradicionales; también existen
quienes -sin poseer ideas a priori- navegan por los espacios o
ciberespacios, buscando, a manera de catálogo, imágenes para apropiarse.
Más allá de las connotaciones éticas, legales e inclusive, en el caso que
esta actitud respondiera a un criterio determinado previamente, el cual no
es posible analizar de manera masiva o generalizada, sí podemos explicar
esta situación mediante un nuevo perfil, el del
autor descentrado 1 o bien,
el
gestor estético, que desde allí, en muchos casos, denuncia o bien,
manifiesta
la pérdida de la originalidad y el ímpetu de lo que podría
llamarse
indiferenciación. El arte digital está inserto en la
cultura de la
descarga perpetua de lo efímero o transitorio y parecería necesitar no
tanto de la figura del autor como de la del modificador, no tanto del
creador, como más bien del ajustador o del renovador.
Las características del arte digital han acercado también, una nueva
cantera de
espectadores. Si bien es cierto que muchos de los tradicionales
seguidores de pintura, escultura y artes clásicas aseguran no sentir
atracción alguna por estas manifestaciones, también es cierta la
diversidad del nuevo público que acude a las citas en torno al arte
digital. Sin dudas el público joven -la referencia no es exclusiva a la
edad cronológica- es el que ha incrementado mayormente su presencia. Uno de
los motivos es -hecho ya instalado en esta cultura digital- la necesidad
de consumir vorazmente objetos o imágenes y el otro, muy probablemente sea
la capacidad interactiva de las muestras artísticas actuales. La
cuantitativamente destacable afluencia de espectadores, no se trata
solamente del aumento de la capacidad exhibitiva de las obras de artes
debido a su reproducción técnica, como ya pronosticaba Walter Benjamín
desde sus discursos de 1989, sino de otros elementos que se relacionan
específicamente con esta nueva estética: Entre las múltiples posibilidades
de obras concretadas mediante la tecnología digital, coexisten aquellas que
trascienden las coordenadas del color y la forma, con una intencionalidad
determinada y que permitirán distintas reflexiones por parte de una amplia
gama de espectadores, ya sean estas previstas o no. Esto implica un tiempo
necesario de observación que a veces se sucede en oportunidades posteriores
necesarias para su interpretación. También coexisten otras obras donde el
factor impacto es tan grande que monopoliza la percepción, la inmediatez se
convierte en una condición sine qua non y muchas veces queda invalidada la
consiguiente reflexión respectiva. Son muestras donde, ya sea por una
previsión del creador o presentador, o simplemente, como consecuencia
resultante, las muestras "consumen" una cantidad muy apreciable de
espectadores que dedican sólo los instantes mínimos necesarios a la
observación. Este tipo de obras, que muchas veces sólo pueden considerarse
artísticas por su presentación en esa categoría, son festejadas por un
público novel en el ámbito artístico y habilitan, sin dudas a críticos y
estudiosos para justificar esta situación.
En artes y en otras ciencias inexactas las reglas se hicieron para ser
quebradas. Es ahí dónde surge la cuestión sobre la autoridad que habilita a
la reflexión. Tenemos, habitualmente, por válidos los criterios de quienes
compendian el acontecer artístico desde sus inicios. En momentos como este,
el arte digital se valora también desde otros parámetros. La intervención
de profesionales con otros encuadres en el ámbito de la
crítica y promoción
de arte produce una diversidad de opiniones y apreciaciones donde todo
puede ser posible. Ni siquiera el instituido mercado de arte pone valores a
las obras, lo hace el "otro mercado" a través de organizaciones,
empresarios o directivos de nuevos ámbitos conscientes de que el impacto o
la sorpresa son, por estos momentos, más relevantes que el color y la
forma. Personalmente creo que los filósofos y críticos de arte tienen una
gran tarea por delante, que consistirá en volver su mirada hacia el arte
digital, no ya como una amenaza, sino como una realidad establecida de la
cual surgirán otros criterios muchos más interesantes que los que provienen
de la fobia tecnológica y que, sin dudas, ayudarán a colocar nombres
concretos y a poder conversar más cómodamente entre quienes obramos arte
digital, quienes si bien intuitivamente descubrimos y apreciamos
circunstancias interesantes, no somos los expertos en describirlas con
palabras, porque esa es, justamente la función de ellos. La mayoría de
quienes trabajamos con estas técnicas tampoco coincidimos con la postura
exitista de muchos promotores de arte que confunden - a la manera
hegeliana- éxito con existencia. Hay veces que se percibe un gran
desasosiego ante la justificación de la obra artística sólo por el éxito,
causalmente efímero y/o superficial. No es eso lo que esperamos quienes
estamos trabajando duro y a conciencia para hacer un ARTE con valores y
sustento, pero a través de las herramientas del arte digital.
El breve análisis de los perfiles de autores, espectadores y promotores de
arte digital nos lleva a una cuestión íntimamente relacionada. Un aspecto
poco frecuentemente considerado en las artes plásticas previas a la
tecnología digital: el tiempo. Duración es una condición que hasta hace
poco sólo era propia de las presentaciones musicales, obras de teatro,
películas y -en el ámbito de la plástica, por ejemplo:- una performance.
Se sumaron a esta categoría muchas obras de arte digital: las que
consisten en proyecciones lumínicas o de imágenes, las que se desarrollan
en la pantalla del monitor de la computadora, etc. Pero además existe otro
aspecto relacionado con el tiempo, ya no con el de exhibición de la obra
de arte sino respecto a la perdurabilidad. Partiendo de los autores,
consensuada tácitamente por los espectadores y aún por los promotores de
arte digital queda planteada -de alguna manera aunque no exclusivamente- la
nueva jerarquía que ocupa la durabilidad. Es cierto que muchos artistas
ejecutan obras digitales mediante un cuidadoso sistema de impresión,
calidad del soporte y presentación a través de las cuales, sin dudas,
persiguen conservarlas durante - si bien no la eternidad- cierto tiempo
conveniente y jerarquizando -al estilo tradicional- la variable temporal.
Pero, paralelamente, hay obras planteadas para que sólo existan durante el
período en que son exhibidas; lejos quedó, en esos casos, la pretensión de
utilizar elementos que sobrevivan al propio autor, menos aún que
trasciendan generaciones y formen parte del acervo cultural con vistas al
futuro. Muchas de estas obras efímeras, inclusive, estimulan y reafirman
desde su propio mensaje la condición descartable. Dicho con otras palabras
se estaría manifestando una opción alternativa a la estética de las
apariciones -tradicionales obras de escultura, pintura, etc.- con una
estética de las desapariciones, recientemente relacionada respecto a las
artes plásticas, indiscutiblemente instalada en algunas de las demás Bellas
Artes.
Desde el punto de vista ortodoxo, las incumbencias del arte digital,
respecto a la autoría, al público receptor y al ámbito de promoción, se han
flexibilizado de manera tal de propiciar un vale todo. Si es nuestro deseo
-como artistas plásticos- que nuestras obras digitales se consideren ARTE,
deberemos despejar el campo, evitar el facilismo y construir instancias
sólidas sobre la base del conocimiento, trabajo e investigación. Aprendamos
aún de quienes ven las amenazas del progreso o de la cibernética. No con
sentimientos de culpa por disfrutar de un hacer que para otros es sólo una
amenaza, una demostración de poder, riqueza y velocidad, sino para que
podamos permitirnos e invitar a los presuntos opositores a reflexionar
sobre el mundo de relaciones que se posibilitan a partir de estas
prácticas: la realidad y la ficción, tan juntas como nunca se hubiera
podido imaginar, conviviendo de diferentes maneras y generando algo
totalmente nuevo que puede llevarnos a re-pensar tanto la realidad conocida
como la ficción inimaginada, tanto los valores "incuestionables", como los
simplemente "olvidados".
Sólo desde una posición sólida, coherente y responsable los resultados
escribirán el capítulo correspondiente a esta historia.
Bibliografía:
- Andrew Darley, Cultura Visual Digital. Editorial Paidós 2002
- Paul Virilio, El Cibermundo, la política de lo peor. Editorial Cátedra, colección Teorema. Madrid 1997
- Paul Virilio, La carrera suicida del tiempo. Primer Plano, 26 de mayo de 1996
- Walter Benjamín, Discursos interrumpidos I. Editorial Taurus, Buenos Aires, 1989
- Jorge Fernandez Chiti, Diccionario de Estética de las Artes Plásticas. Ediciones Condorhuasi, Buenos Aires, 2003
- Jorgelina Hazebrouck, Artículo: Nuevas Artes. Periódico Arte al Día, Julio 2002
- Fermín Fèvre. Artículo: Exitismo. Periódico Arte al Día, Julio de 2003
Nota:
Este artículo fue seleccionado para el SIGRADI 2003, con la
calificación de 8 puntos y con los siguientes comentarios del jurado:
Reflexionar sobe lo que sucede en cualquier área relacionada con las
nuevas tecnologías es un desafío severo. Los autores (o el autor) lo
señalan desde el principio: la vorágine de los cambios supera los tiempos
humanos. Sin embargo, se vuelve imprescindible en todos los campos y
especialmente en los que atañen a la creación (artística o no) mediada por
estas tecnologías.
Todavía la valoración de la obra digital está muy impregnada por el impacto
de los efectos que las computadoras permiten. La crítica, los críticos,
deben rediseñar sus herramientas de análisis. Repensar cómo separar (si
resultara necesario), la creación de los artificios y chisporroteos
efectistas.
La reflexión que propone la presentación ayudará a que, aunque sea temprano
para respuestas, comencemos a dibujar las preguntas que hoy nos faltan.
Por razones estrictamente personales de la autora no fue presentado en ese
seminario internacional.