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LOS INTERMEDIOS Un franco abordaje de nuestra más secreta interioridad -no de la fachada pulcra y desinfectada, sino del sótano aterrador y gesticulante y loco, y fuera de la ley de nuestra psiquis, sólo puede encararse combatiendo las tranquilizadoras antítesis de bueno - malo,
Adentro - afuera, hombre - mujer, sagrado - profano, con una "no sensata" (y por lo tanto) sabia postura intermedia.
Y esta equidistancia entre los dos engañosos extremos, que significativamente nos remite a lúcidas intuiciones milenarias- en el símbolo del yin y el yang, por ejemplo, tanto el principio negro como el blanco contienen en germen la esencia de su contrario -, es la que le permite a Dante Taparelli, dolorosa carcajada mediante, parir este bestiario de criaturas andróginas, brutalmente sarcásticas y que, empinadas sobre sus patas de zancuda, parecieran querer tocar el cielo -¿el cielo de la redención artística, tal vez?- , para así borrar el estigma de su alarmante linaje subterráneo.
Un padre - madre acunando un fardo indiferenciado, siameses ciegos condenados a mirarse eternamente a los ojos, la devoción religiosa en la barriga, una jirafa que excreta por la cabeza y tiene una "descarada cara" en el trasero, o la majestad de la justicia corporizada en un engendro fofo, que enhebra diligentemente los símbolos del poder, son algunos de los temas que Dante nos plantea, con un desenfado que es casi insoportable de tan urticante -la libertad extrema puede provocar la misma comezón que la ortiga -, y todo envuelto en esa quincalla de hojalata y pomposos trapos viejos que siguen siendo su sello inconfundible.
¿Será todo esto un "elogio de la locura", como arriesgó alguien? Es muy probable que sí, pero siempre que por locura entendamos el derrumbe de estructuras mentales tan irracionales como tenazmente enquistadas, el triunfo de la sublimación artística sobre tanta solemne hipocresía, y, por sobre todas las cosas, la valiente toma de posición "intermedia" con respecto a cualquier forma su fundamentalismo discriminador y homicida, como la condición básica para que en el férvido pantano de nuestros más inconfesables impulsos, se abra, trémulo, el milagro de una flor.
"EXCULTURAS" DE DANTE TAPARELLI
VERICUETOS DEL DISFRAZ SOCIAL Como es ya una costumbre en él, una galería de extraños seres componen la última muestra del artista, diseñador y escenógrafo Dante Taparelli. Y son justamente estos oficios de vestuarista, de creador de imagen, de los que se vale para desnudar el mundo que yace detrás del mundo, lo que fue y será, las ex culturas. En Exculturas todo es andrógino, ecléctico, forma parte de todo y de nada. Es fatuo primero y brillante después, brillante a primera vista y más de cerca opaco. Emparentando desde sus comienzos al perenne reino de la moda, Taparelli, en una paradoja atemporal, usa esos mismos atavíos para desnudar las miserias humanas.
Explotando esa veta medieval, que lo fascina, Taparelli invoca a las musas de la belleza y el horror, de la sabiduría y el arte junto a las de la ignorancia y el oprobio. Así, en este ambiente bizarro, ubica a sus personajes: una rancia y cínica corruptela compuesta por cardenales, reyes y jueces; pero hay además vírgenes rotundas, niños deformados por la promiscuidad y animales que han sido castigados por el Todopoderoso a ser hombres de por vida. Todos ellos Habitan un submundo asfixiante y pringoso: el del poder.
Sus hombres son también mujeres, máquinas, animales. Descansan en sus altares de terciopelo y seda, cargados de joyas, de metales livianos, de oropeles repujados y de piedras preciosas de plástico. Son intermedios, están en tránsito hacia otra etapa. Tienen sonrisa de cal; sus labios se curvan hasta el paroxismo cediendo lugar a una mueca diabólica. Trashuman envueltos en el vaho del incienso de los templos y las vomitiva escénicas de rosas y orgías.
Las figuras parecen emerger del interior de sus trajes de brocato ajado, impregnando el ambiente de ese hedor mezcla de sudor rancio y humedad. Allí yacen, como pálidos cadáveres bajo un manto de dorado. El falso brillo de las coronas y los anillos, opaca aún más sus rostros avejentadospor la espesura del maquillaje perpetuo. Usan cofia, capirotes,
birretes y diademas para cubrir sus cabezas comidas por los piojos. Se meten engorjales que ocultan los cuellos apergaminados y en corsés que ajustan sus carnes fofas. Sólo las piernas delgadas y enclenques cuelgan por debajo de los pollerines y las mallas.Todos son monstruos, criaturas alucinantes que vagan en el limbo, castigados por su eterna indefinición a flotar allí donde responsan las almas de los cobardes, de los serviles, de los tibios.
Taparelli conoce bien los vericuetos del disfraz social, sabe de los trucos que se usan para aparentar. Y sabe que la clave es precisamente esa: parecer que se es lo que en verdad ni siquiera se llega a soñar.
Fernanda Gonzáles Cortiñas Diario "Rosario 12" 15-set-1998
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