DESUMVILA Y LA POTENCIALIDAD ESCULTORICA
Idea plástica y forma escultórica son dos conceptos que no siempre se miran frente a un mismo espejo. Y quizá, dentro de los lenguajes de la estética, sea por ello la escultura la disciplina de mayor exigencia, por no decir de compromiso mayor. Esa carga simbiótica, esa ligadura o ensamble entre idea y forma (sin entrar a considerar significantes tan precisos y severos como espacio y materia), es lo que indudablemente ofrece a la escultura condicionamientos y razones que la tornan doblemente atractiva y riesgosa.
Hegel hablaba de la estatua sin ojos, que nos mira con todo su
cuerpo. Precisa determinación, síntesis contundente. Y Rodin, cuando resumió sus principios en un testamento de menos de dos mil palabras, fue claro concebir la forma en profundidad; indicar definitivamente los planos dominantes; imaginar las formas como dirigidas hacia uno mismo (toda vida surge de un centro y se expande de dentro afuera). Porque más allá de la forma en el espacio, de la estructuración objetual, importan el sentido vital que se dé, realizativamente, a la propuesta creativa. Importan el vuelo y el realce, el énfasis y el matiz la transustanciación idealizada y el sustento matérico que afirme. Doble juego de asociaciones: natural / artificial, incorporeidad / tangibilidad, materia / espacio, superficie / entraña, ritualismo / desprendimiento.
Gladis Desumvila, escultora
de las generaciones intermedias, propone una escultura cifrada íntimamente por buena parte de estas preceptivas. No la animan ni el sensualismo matérico, ni el desborde morfológico. Con un particular sentido (¿o conciencia?) de sus posibilidades expresivas, intenta condensar en el bloque o en la estructura, toda la sensorialidad y la sensitividad que pueden descubrir su cerebro-visión, en los lances de materia-instrumento. Sus postulados plásticos, caminan de ahí una suerte de síntesis purista, de transferida espiritualidad, que más allá de directas referencias, abren un mundo simbólico tan rico como original.
Su formación con escultores como Mariano Pagés, Aldo Rossi y Ana Beltrame, perfilan toda una trayectoria escolástica Y el tránsito por el taller de Juan Grela
(buscando maduramente integrarse en dibujo y color), revelan su exigido sentido de perfeccionamiento. Pero es sin duda en el ejercicio de la propia experiencia, en los cotidianos juegos del debe y el haber de aciertos y error, donde Desumvila afirma su personalidad y se identifica con una manera propia por elección.
Quizá puedan recordarse sus fraseos en la cerámica, en el yeso y la arcilla. Quizá también sus ritmos espaciales, trabajados en metal a comienzos del 80. Pero es seguramente en su identificación con el mármol y la piedra (materiales duros, no maleables, que convocan a la intrepidez), donde Gladis Desumvila revela la auténtica dimensión de su quehacer. Mármol y piedra como Arp y Brancusi; mármol y piedra como Hepwort y Noguchi; mármol y piedra en la eternidad y el
principio: alfa y omega...
Su obra, desde hace más de una década, perfila sustantivamente una visión de fluyente plasticismo. No es abstracción pura, como tampoco fórmula concretizante. Su libertad de expresión le mueve, más bien, a la forma integradora, que revela más que esconde, que ensambla más que fragmenta, que sugiere antes que impone sus significantes. Llega a lo simbiótico por la fuerza que trasciende y eclosiona de su misma interioridad Porque su materia rodinianamente sugiere desde adentro, desde su núcleo interior. Son, así, formas germinales, que irradian una vitalidad genuina. Formas cerradas -las más- que antes que la idea de forma-mundo, arrojan el otro saldo perceptual de lo intemporal, de lo inmutable, de lo secreto.
Es hacia 1985, en que Desumvila se
propone descubrir lo oculto en la elementalidad del bloque. Nada menos (otra vez Rodin) que el corazón de la piedra. Y sale su serie "Testigos Inmutables", de cifrados equilibrios de fuerzas. "Presencia cósmica", "Mi extraño viajero" y sobre todo "Secreto de América", una pieza de ondulantes ritmos conjugados, de sorprendente monumentalidad, permiten ubicar la obra de una escultora mucho más que promisoria.
El ensamble y el diálogo de los materiales (recurso que no le era inédito), se vuelve hacia 1989 en una imperiosidad de expresión. Nacen así sus tallas y ensamblado de madera y mármol, en las cuales la artista -"Después de un largo camino", "El pasajero del cosmos"- logra interesantes juegos de oponencias entre texturas y superficies, con los consiguientes acentos de luz, reflejos, sombra. Es el
pié necesario para que, hacia 1990, Desumvila intente, sobre esa misma propuesta, la incorporación del signo. Es decir, la grafía, la impronta entre mágica y secreta, que califica las superficies y propone otra lectura total. Es la serie de "Signos cósmicos", una etapa de particular afirmación conceptiva, en la que Desumvila escribe sus mensajes entre precolombinos y esotéricos. Triángulos, flechas, ojos y hasta posibles seres mitológicos, que comienzan a diversificar no solo su visión, sino también -y lo que es tanto más importante- su estro universalista.
En el último lustro, su escultura ha sedimentado valores en una maduración exigente y reflexiva. Porque su obra no solo resulta inconfundible, original, propia como huella digital, sino además representativa
de un ser americano. La madera policromada protagoniza, a partir de 1991, esa suerte de memoria telúrica, de fuerza invisible de un universo semioculto (como titula, curiosamente ella misma, una de sus obras), de ritual y pronunciamiento alegórico. Sus series "Oculto mensaje" y "Mensaje sin fin", entre 1991 hasta la fecha, categorizan una expresión de convocante carga subjetiva en que maderas policromadas, piedras y aún semillas, van ritmando significados, sugerencias, alusiones, en puentes semánticos de intransferibles posibilidades.
Parte de este proficuo trabajo, a más de un par de instalaciones muy bien integradas, fue expuesto en 1994 en una gran muestra individual, en salas del Museo Municipal de Artes Visuales, de Santa Fe. Allí fue posible apreciar y valorar, in toto, el sentido potencial del mensaje
escultórico de Desumvila. Un sentido de fuerte dimensión universal, propuesta desde la propia latitud americana. Un sentido estructurado desde los valores plásticos más rigurosos, desde la síntesis purista, desde el ritmo conjugado. Sentido, además, alimentado por cánones y preceptivas de inconfundible raigambre (herencias de Grela y, por qué no, del mismísimo Torres García) en que la sincopa de Amerindia hace oír sus voces...
Pirámides y tótems, míticos monumentos, construcciones de ritual y hasta elementales improntas de posibles civilizaciones perdidas, componen el friso conceptivo de Gladis Desumvila. Un friso que, ya se ha dicho, alcanza en oportunidades a la monumentalidad: por encima de tamaños y proporciones. Y en dicha proyección espacial, el gesto
significativo y poderoso de una artista que, desde su interioridad reflexiva, armoniza el canto sin silenciar el grito.
J.M. TAVERNA IRIGOYEN
Miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes, Argentina.
Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte.
Texto para publicación de la
Universidad Nacional de Rosario (UNR)
Rosario, Santa Fe, Mayo de 1995