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El Rayo Rubio, de Pablo Rodríguez Jáuregui y Julieta Boccardo. |
Al contrario de lo que los medios informativos manejados por las multinacionales pregonan, en su intención de empequeñecer la América no anglosajona, nuestra América, LA LATINA, es inmensa y comienza muy al norte: desde el extremo de México y los Estados Unidos mismos, donde habitan miles de latinos. En esa América, que cruje y hierve, se levanta hoy uno de los testimonios más vitales que cultura alguna pueda ofrecer al mundo globalizado; y es este tipo de circunstancias y eventos como el Festival Latinoamericano de Video, los que de alguna u otra forma, nos permiten comprender nuestras grandezas y debilidades, reflejados como en un espejo donde además podemos ver nuestros orígenes y fisuras, entremezclados en una tierra común, cuya identidad posee, contradictoriamente, los más variados matices de paisajes y culturas.
La tradición cinematográfica de Argentina, y específicamente de Rosario, es bien significativa y resaltante en América Latina. Desde hace nueve años, y de forma consecutiva, por iniciativa de los apasionados Horacio Ríos y Emilio Cartoy Díaz ( Directores del Festival ) se celebra este evento audiovisual, el cual tiene un gran prestigio a nivel nacional e internacional, porque convoca y promueve esa producción cinéfila alternativa, tan importante como oculta de esta parte del continente. Se efectúa con el propósito de contribuir a “descolonizar” la imagen estereotipada y estúpida de la gran industria audiovisual dominada por los “hollywoods” y sus émulos en la gran competencia consumista de la sociedad global; se efectúa para visibilizar las creaciones silenciosas y constantes de los realizadores latinoamericanos, y también para buscar caminos, compartir experiencias, establecer alianzas y “joder” ( que es también el objetivo de cualquier festival, es decir, encuentro para el jolgorio y la celebración ).
Al contrario de muchos festivales donde acuden las "grandes" estrellas con sus lentejuelas y su rubor "mon reve", el Rosarino es un festival al que acuden realizadores simples y sencillos de todo el continente que trabajan silenciosamente, organizado con muy poco apoyo estatal o privado. La municipalidad –quebrada obviamente por la recesión argentina-, sólo da unos pequeños subsidios, con lo cual sus organizadores se vuelven magos, acudiendo al viejo truco de la solidaridad y la cooperación. No por ser un festival de bajo presupuesto es de mala calidad, ¡no!, por el contrario, es un festival que logra reunir, como en esta octava versión, a directores y productores independientes de todo el continente, como también a instituciones educativas, distribuidores, docentes, alumnos y público en general.