La creadora andorrana
Elena Longueras expone en Madrid, en Casa do
Brasil,
del 23 de febrero al 5 de marzo, en Avenida Arco de la Victoria,
s/n, 25 obras, realizadas en acuarela sobre papel caracterizadas por su
simbolismo y expresivo colorido.
Setas, árboles, lirios, vegetación, peces, pirulís, montañas, casas, hojas,
bosques de hojas que inundan cual imagen de cine proyectada en gran
pantalla la composición. Hojas que están consideradas como el escenario
primero, la antesala que conducirá al espectador al mundo simbólico de
Elena Llongueras. Ilustradora, pintora, amante del dibujo, perfila los
detalles, buscando rotundidad exenta de agresividad, para insertarnos en el
mundo de Alicia, dentro del espejo, pero visto desde fuera, en la que la
protagonista es la propia Elena. Eso sí, vista en clave de enigma, dado
que, en ocasiones, no sabemos si es puro simbolismo, es decir una excusa
iconográfica para mostrarnos determinados estados de ánimo. Miramos la
composición y vemos un estado de ánimo, una influencia en el mismo, que no
es física, que no se puede expresar en palabras, tampoco en imágenes,
porque se trata, más bien, de una sensación.
Es una generadora de sensaciones, de sentimientos que flotan cual nubes de
algodón, incluso cuando tiene que expresar estados de ánimo sumidos en el
conjunto del ambiente de la composición. Estados de ánimo que poseen un
punto de onirismo, de inocencia soñadora, que se concreta a partir de
pensamientos de gran pureza, en busca de aspiraciones de transparencia, de
verdad en lo más sutil y sencillo del alma.
La sencillez es un grado de pureza, porque supone abandonar los oropeles de
la magnificencia, de la riqueza externa, para adentrarse en la
magnificencia de la riqueza formal, conceptual, filosófica, mágica y
cromática, que encierra la propia naturaleza, espacio de donde procedemos.
Las hojas como introducción
Las hojas, -por cierto exóticas, tropicales, extrañas, sensuales,
universales-, son la introducción al medio ambiente de la creadora, a la
selva que está formada por laberintos de conformaciones vegetales variadas.
Dentro de la composición todo es sensualidad, edulcoración y expresión
cromática sutil, con personajes y seres de diversos reinos convergiendo
como plumas al viento en una dinámica donde la materia desaparece o está al
servicio de la idea.
Predomina el concepto, la suma de pensamientos, en un ambiente en el que la
sensación se enseñorea, facilitándonos el camino para entender el estado de
ánimo, el conjunto de estados de animo. En este contexto no hay línea
recta, no existen las aristas, en un ámbito en el que lo importante es la
sencillez con que está estructurada la composición y sus elementos hasta el
más extraordinario ínfimo detalle. Ello implica la totalidad de la
existencia en sí misma, en el sentido de comunicarnos la facilidad con que
podemos bucear en las nubes de nuestra memoria, para instalarnos en un
claro del bosque, en mitad del abismo natural o en el río que se convierte
en un espejo de cristal donde se reflejan los rayos del sol.
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Face to face. Elena Llongueras |
De repente las hojas se hacen más intensas, su presencia incrementa su
fuerza porque interesa que lo significativo sea el interior que enmarcan,
para que el espectador se dé cuenta de que ha entrado en el mundo de Elena.
Un mundo nutrido de sensaciones, a través de las que viajamos de forma
constante mostrándonos momentos de éxtasis, relax, ternura, melancolía,
contemplación, serenidad, paz, tristeza... Es un personaje complejo,
independiente, aparentemente tranquilo, pero muy suyo. Está en su mundo,
interior y exterior y, dentro de su mundo, muestra la fuerza que también
tienen sus diferentes otros mundos. Elena, -su personaje-, es libre, no
gusta estar encadenado, sino que lo que pretende es ser independiente en un
contexto creado para el ensueño o el deleite de quienes están ávidos de
sensaciones.
Una bruja que es Diosa de sí misma
Volvemos a las hojas, que nutren también los árboles, que forman parte del
paisaje, no a modo de anécdota, sino cobrando un claro protagonismo. Son
parte de su escenografía, en la que la naturaleza juega un papel muy
importante. En realidad es un retorno claro y armónico del ser -encarnado
por Elena- a los espíritus de los devas, de las esencias que manejan las
brujas, que vuelan libres porque su Diosa domina. En este sentido Elena es
bruja, una bruja que es Diosa de sí misma. Una Diosa que va más allá de sus
atributos, pero que, además de saber hacer encantamientos, también realiza
los actos normales de la vida cotidiana.
No trabaja con pócimas mágicas, no emplea calderos de fórmulas vegetales y
minerales, sino que utiliza su imaginación para volar cada vez más alto.
Una imaginación que no es alambicada, huye de lo gótico, se interesa por la
placidez del alma, por la serenidad de lo exterior, despojándolo de atisbos
innecesarios y terribles. Es una encantadora de imágenes, que juega con las
secuencias, que investiga gráficamente, para alcanzar una nueva altura
poética, que se manifiesta con calma y fortaleza. En lo sencillo está lo
complejo. Lo que está arriba está abajo y lo que está abajo está arriba. La
ruega gira, la composición se pone del revés y la temática aguanta. Hay
movimiento estático, pero dentro de un dinamismo congelado al segundo.
Parece que el tiempo se ha detenido, pero determinados atisbos y
comportamientos, actitudes y posición de los astros, tipo de hojas y
árboles, nos revelan la estación del año. Detalles que son actitudes que
surgen de su forma particular de ser coherente consigo misma y con la
naturaleza que la rodea.
Posee un planteamiento cinematográfico, porque juega con su propio
personaje, posicionándolo en dos, tres y hasta en cuatro emplazamientos
diferentes en una misma pintura. Aquí y allá, al margen del bosque de
hojas, dentro y fuera, arriba y abajo, en la casa, a lo lejos, plano
intermedio y en primer término. Es como un conjunto de films que se
proyectan a la vez, conformando una nueva película en la que todo tiene su
orden, pero en la que se denotan los distintos planteamientos.
Observadora de su propio personaje
En realidad observa de forma cotidiana sus actuaciones, con la serenidad de
quien lo hace desde fuera, para comprender mejor su interior. Se desdobla
del personaje cotidiano que es ella misma, que surge con fuerza de su
propio yo. No hay trucos, simplemente capacidad diversa para ver las cosas,
de manera instantánea, con sutileza, sin emplear posiciones extremadas,
sino, más bien, una manera elegante de ser observadora de su propio
personaje. Lo que está haciendo realmente es reflejar a la humanidad, a la
persona en general, al ser humano que parece estar navegando en mares de
insólita tristeza o bien de serena soledad. Es un canto a la serenidad
solitaria de los seres que conforman la totalidad de la tierra. De ahí que
sus lirios blancos con ojos expresivos que la acompañan sean fieles a lo
largo de su recorrido de esta última producción. Se trata de ser coherente
con la placidez de la inocencia, de ser inmaculada en sus sueños. Es una
productora de sueños, de ensoñaciones que son imaginativas, manteniendo
cada una su propia independencia, permitiéndole crear una obra distinta en
cada ocasión. Busca la originalidad dentro del tema, pero cada obra en
especial, considerada como individual, posee su propia personalidad.
Comedida, precisa, calculadora, geométrica, en el sentido de ubicar
cabalmente la composición, sin dejar nada al azar, sin jugar con el
resultado final, sino pretendiendo buscar el grado de complejidad que tiene
en su interior, representándolo como resultado de su actitud diversa, en el
sentido de alcanzar un planteamiento mucho más allá de la mera descripción.
Constatamos el proceso de creación de la pintora andorrana, en el sentido
de lograr indagar más allá de sus sentidos, en el aspecto de obtener una
dinámica de su proceso vital, centrado en su casa, en el territorio que
sitúa dentro del espejo de Alicia, en el que se desarrolla con fuerza su
acción, hasta el punto de que consigue conexiones con mundos infantiles,
con las necesidades creadas por su imaginación, que están pidiendo
constantemente un mundo más feliz, en el que no existe el odio, en que ha
sido eliminada la violencia, exhibiendo praderas verdes, llenas de flores,
en las que su personaje, Elena, se columpia, o bien pasea, mira el monte a
través de la ventana de su casa o desde su puerta. Hay una clara simbiosis
entre la pureza y la necesidad de paz, para alcanzar la vitalidad esencial,
la fuerza que le impele a ser ella misma, nutrirse de los espíritus
dévicos, practicar conjuros de magia blanca para beneficiar a la humanidad
y a ella misma.
Peter Gabriel y el ser producto de un sueño
Captadora de instantes, potenciadora de imágenes que son vivos retratos de
un alma pura, que anhela un mundo de solaz, en el que la armonía no se ha
roto, en el que no se ha oído hablar nunca del cambio climático, como
tampoco de las guerras, el terrorismo o los secuestros. Se trata de una
visión idílica, sublimada de una realidad, que es la suya, la que se
encuentra en el país de las Maravillas, retozando, mirando la exhibición
cromática de una flor, de un conjunto de árboles, de praderas que se
extienden, enormes, mucho más allá de los limites conocidos.
En otras ocasiones, su afán por emplear hojas para que protejan su ambiente
compositivo, limita el horizonte pero nos define mejor su intención final;
situándonos en el marasmo de sus ideas, de sus anhelos, porque es como si
la creadora plástica, residente en Tiana, nos dijera que somos producto de
un sueño, formado por nubes, con música de Peter Gabriel y de Génesis. Rock
sinfónico experimental, imágenes de utopía, flores, suaves perfumes de
flores, que aromatizan los cerebros hieráticos de una sociedad cada vez más
desenfrenada. Pero ahí está el culto a la inocencia, el cultivo de una
actitud de paz consigo mismo y con los demás. Incluso, también, un cierto
sentido espiritual, porque, en realidad, su constante búsqueda de la paz,
es el camino que nos puede conducir a eliminar diferencias. De ahí que su
personaje más importante, -ella misma-, a pesar de contratiempos y
encerronas, sigue adelante, con la vista firme, con la decisión en la
mente y contando con el corazón para transformar el mundo visible, para
cuadrarlo con el invisible.
Piruletas, lirios blancos, peces, el mar, barca y Elena
Piruletas, lirios blancos, peces, el mar, aguas, remolinos del agua, barca,
pescadores, Elena, en busca de la sensibilidad perdida. Siempre la
sensación de búsqueda se manifiesta de manera clara a través de su obra. El
hecho de pescar, de buscar en el horizonte, de otear en la pradera,
mostrando la sensación de esperar o de anhelo. De ahí la sensación de
tristeza y melancolía. Estadios, estados del alma que se encaprichan de
Elena, que la motivan para seguir buscando de manera constante. Es una
buscadora de un mundo donde desaparece el odio, donde la fragilidad queda
sustituida por el amor. De ahí los peces, las barcas, los pescadores, la
mujer niña llorando, los instantes de soledad.
Las piruletas, caramelos, lo dulce, necesidad de ser reconfortada. La
piruleta-sol, que juega con lo simbólico de manera doble. Por un lado el
sol, astro rey, regente del cosmos en el que nos encontramos, influyendo en
la vida de la tierra; y el sol convertido en piruleta, en algo dulce, es
decir en cariño. Un sol cariñoso, que es a la vez persona, que forma parte
de la necesidad de amor. Todo es espontáneo, pero cualquier punto que
analicemos de su obra, constatamos que está ahí cumpliendo una función
simbólica.
Su pintura se convierte en la escenografía terapéutica, en el medio
producto de la actuación propia de un chamán para la creadora andorrana,
dado que le permite ser el vehículo para desencadenar la catarsis personal.
Y, desde esta actitud de chamán, poder reconvertir una realidad, que, en
ocasiones, es demasiado contundente. De ahí que su obra trasluzca
espontáneamente una idea de serena voluntad de transformar la existencia.
No hay negatividad, sino energía concentrada en todos los elementos que
conforman su temática.
Montañas, mariquitas, caracoles, la casa
Montañas, mariquitas, caracoles, la casa, todo tiene su papel. Las montañas
son la fuente de energía que dota de consistencia la composición, que llena
los pulmones de sus personajes, recordándonos a su Andorra natal, un país
de alta montaña, cargado de oxígeno, de fuerzas ancestrales que aun hoy
conjuran en plan animista los espíritus de la zona muchos años dormidos. La
nieve, como elemento inmaculado de sus montañas, largo tiempo presente,
como signo de pureza, de deseo de regenerar el ambiente. Las mariquitas,
esos encantadores insectos que se convierten en protagonistas especiales de
nuestros paseos en la naturaleza, que podemos encontrar también en algunas
de sus obras, son símbolo de buena suerte, de año de bienes, de apoyo para
conseguir el renacimiento de una buena vida. Mientras que la casa, es el
templo, el habitáculo que le permite ser ella misma, convertirse en
artista, siendo, a la vez, la inocente Alicia en el País de las Maravillas;
pero, también Elena, pintora, cuya actividad descansa en la capacidad de
ser literaria con ella misma, de convertirse en protagonista del drama que
le impulsa a ser un personaje de guiñol. De ahí que se presente en el
alfeizar de la ventana, ante la casa, dentro, en el jardín, en las ramas de
un árbol, con una vaca, andando o bien contemplando al astro rey.
El mirar y el saber ver
En su obra pictórica hay una continua referencia a ella misma, a mirarse
para ser mirada, presentándonos varias opciones, que plantean la
posibilidad de que se potencie el circulo de miradas, para que sea el
espectador quien mire, aunque también este tiene el riesgo de ser mirado, a
su vez, por la autora. ¿Dónde está el primero y donde la segunda o al
revés? ¿Importa mucho? Yo diría que sí. Por que si es Elena quien mira,
está claro que está traspasando los límites de su mundo feliz, del espejo
de Alicia, para entrar en nuestra realidad. Mientras que si, es el
espectador quien está mirando las miradas de Elena, somos nosotros los que
entramos en su mundo imaginario. Y la tercera opción significa que si es
ella la que, finalmente, observa al espectador, supone que ha logrado
desdoblar su comportamiento y se encuentra tanto dentro de su país
imaginario, con fronteras reales impuestas, como también supone que está
fuera, contemplando su particular escenografía, tan hábil, que ha logrado
implicar en la misma al espectador, haciéndolo participe de su mundo.
Más que palabras o expresiones orales, lo que cuenta, en ocasiones, para
darse cuenta de donde uno está realmente, es saber mirar. Basta saber ver,
la actitud de la mirada penetra como si fuera una máquina potente de rayos
equis que nos permite ser coherentes con lo que estamos viviendo porque
hemos comprendido su significado oculto. De ahí que Elena profundice en
este significado escondido en el interior del subconsciente, aunque al
espectador no le dice cómo ni tampoco le facilita el camino. Pinta para que
encontremos la llave que nos conduzca al fondo del enigma. Un enigma que se
nos revela tarea compleja hasta que nos damos cuenta que somos nosotros
mismos los que, conociéndonos, sabremos el camino ideal que nos conducirá
al camino de todos los caminos, a la ciudad de todas las puertas.
El misterio, el gran misterio del cosmos existe, y, este nos manda
profetas, iluminados, gente santa que nos pueden conducir en distintos
idiomas y prácticas a su conocimiento, pero siempre comenzando, como primer
paso inexcusable, por estar en armonía con uno mismo. De ahí que la
creadora considere que la casa, su casa, es el templo, su propio templo, el
caparazón formal externo en el que se permite indagar más allá de los
formalismos. Su casa es el templo donde ora, medita, trasciende, se pone en
contacto con los espíritus dévicos de la naturaleza y los espíritus más
avanzados.
Las piruletas, flores, peces y caracoles, representan la suavidad, la
sensualidad de gestos, las formas que se adaptan unas a otras con un
marcado sentido sugerente. Esta necesidad de unión, de conjunción es lógica
en el mundo binario que nos ha tocado vivir. De la misma forma que la casa
está presentada como un castillo encantador, como un templo rústico,
sencillo, de madera, noble, en el aspecto de ser cálido, intrínsicamente
lleno de fuerza vitalista, de inocencia purista.
El arte de Elena Llongueras es producto de su imaginación, busca a través
de lo sencillo, presentar un mundo ideal, en el que también se sufre, pero
menos, cuya composición incluye todos los instantes y también la llave que
nos abrirá las sucesivas puertas del conocimiento. Ahora bien, hay que
estudiar, es necesario tener informaciones de lo cotidiano y de lo sublime,
para ir descifrando su cosmos, la multitud de símbolos que son como
pequeñas llaves que dan acceso a otros compartimentos más amplios. No hay
que perderse en el laberinto, porque es complejo, aunque llano a la vez.
Quizás de tan llano que es, se transforma en una pléyade de direcciones que
se exhibe como un cúmulo de interrogantes que van más allá de su concepto
primigenio.
Si hay preguntas es porque existe la búsqueda, una necesidad de hallar
respuestas a todas las claves, a todos los mundos; porque, en ocasiones, el
mundo de la imaginación está a partir de donde estamos nosotros, y, en
otras, la realidad es solo la forma con que vivimos la vida, aunque los
actos son los que definen realmente el sentido de todo. Pero las almas
están, las energías transforman la existencia, los espíritus vuelan libres
en otras dimensiones; mientras, la imaginación construye sus propios
caminos y su propio mundo.