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El Sr. Baldemar y su extraño caso

Un retrato de Rubén Baldemar por Xil Buffone.

Xil Buffone | Artista plástica
24-jun-2005

Retrato
Elegante, ácido con un toque decadente, Rubén Baldemar tenía humor negro y a su vez, era espléndido.

Buscaba la belleza, celebraba hallarla y si no, la armaba con cartón y pintura.
Un artista así, con aires orientales de bricoleur, no sólo que de todo hacía una lámpara, sino que de la lámpara hacía una obra .

Alto, de buen porte, fina retórica, de adolescente había competido en esgrima. Cuando lo conocí tenía el pelo lacio y cano, un corte de sota de naipes. Había cursado en la Escuela Provincial de Arte. Hacia los ochenta ya tenía algunos premios. El Baco bizco y la estatua de la libertad eran sus hits. Un decadentismo pop, un todo por dos pesos intervenido.


La casa Entre Ríos
Alquiló una habitación para taller en el segundo piso de Entre Ríos y San Lorenzo; en esa misteriosa mansión catalana con puerta de dragones de hierro. Le gustó la casa, el vitreaux, el ascensor, aunque algo detestó a sus rústicos moradores, hizo un esfuerzo sobrehumano y se adaptó: limpió con frenesí y desinfectantes. Pulió bronces y pisos. Restauró. Baldemar pintó todo de blanco e instaló un pollo con armadura y un maniquí plateado con una manguera de surtidor como pene . También estaba la clásica cabeza de la libertad, ese pop aguardentoso, chirriante.

Puso sahumerios, pufs negros de cuero, equipo de música y cds en el piso, libros en estantes y sobre la mesa de dibujo los ordenadísimos pinceles, los lápices, las tintas, clasificados según gamas siempre armónicas o increscentes. El té. El gin. Vodka, a veces champagne. Siempre el mate. Colocó nuevos artefactos de luz (puntual, nunca general) y convirtió esa pocilga en un espacio cool. Tenía el don de poetizar espacios.

Sabía adaptarse al basural y convertirlo en un vergel. Para un virrey en el tercer mundo, las plantas eran fundamentales. Siempre de diseño alemán o japonés, a veces, algunas tenían un toque tenebroso. Como esas ramas que parecían raíces secas que van hacia el techo. (Una noche, de madrugada, caminábamos por la calle San Martín y encontramos en la peatonal un matorral de ramas asquerosas que a Baldemar le fascinaron; volvimos arrastrando la maraña vegetal por siete cuadras, embarrados, en medio del frío... y luego volvimos a salir a la cita.

Tomaba casas Housers y las convertía un sitio habitable, mágico. En Zeballos, su última casa, atravesó varias fases a lo largo de las cuales pintó las paredes de varios rojos y borravinos, un rincón Morandi de porcelanas y vidrios, un cuadro Madí con marco demencialmente irregular, el gobelino y el triángulo de polillas..., allí perfeccionó el jardín. Un vivero exótico en el noveno piso: en un angulito toda la selva de bambúes, colihues, palmeritas y qué sé yo, con campanitas y lluvia de hojas que parecían nieve... y la boca de piedra del león que escupía agua, mientras uno conversaba, allí, el agua fluyendo entre las conversaciones sin tiempo, los cigarrillos y Miranda.

... En esa época leía mucho Sarduy (Cobra) y también se fascinaba con Las mil y una noches y con Proust.

Jugaba con la historia del arte, reproducía obras y estilos a los que añadía un comentario personal. Enloquecía a su carpintero con los ingeniosos diseños para sus retablos...

La camilla con la maja desnuda de Goya es una joya.
El cuadro articulado de la Anunciación.
(estas dos últimas obras obtuvieron un premio en la Bienal Iberoamericana de Arte Joven de Buenos Aires -Palais de Glace- 89 y en las Jornadas de la Crítica CAYC 92)


La casa Suipacha:
Luego se puso morocho, y de pelo revuelto con gel. Decía que había tomado un té y que se le había oscurecido.
Recuerdo que cuando lo fui a visitar a su nuevo taller (el ex espacio de su amiga Gladys Nistor) apareció sobre una escalerita de cemento y cuando le dije sorprendida desde la puerta y mientras él bajaba: te teñiste!, me contestó SSSSSSSSSSSHHHHHHH, callate o te degüello. Recién me mudo al barrio y acá soy morocho.

El arte de ser siempre joven.

El humor y el simulacro
La mentira y la reflexión
El absurdo,
y la muerte siempre presente
Lo espléndido y lo decadente
Lo decadente en espléndido
La sangre
Klimt
Una Judith bajo un Jasper Jhons de números grises con cierre relámpago.
Un Narciso espejándose en otro Narciso. Un Caravaggio con bisagra.
Un Arcimboldo en 3d con falsas frutas.
Un Fragonard estantería, con estatuillas de parejas rococós. Amantes prometiéndose amor entre tules y rasos estrujando un pajarito horrible, con colores empalagantes.
(1992 - Judith y Holofernes, Muestra en Museo Castagnino)


Las plantas
El lugar más misterioso lo logró en un patio con retamas amarillas (por Amenábar?). Era un patio con techo de media sombra natural, lleno de lianas oscuras, y en la puerta a la cocina había una cortina de abalorios rojos. Tres salas a lo largo, con piso de madera. Aparecieron tres escorpiones y Rubén se mudó inmediatamente.


La alquimia
La casa San Luis.
La fascinación al encontrar en un todo por dos pesos dos jarrones perfectamente decó. Puestos en su living todo parecía de diseño.

En esa época trabajaba en libros-objeto de cartón siempre frágiles. Hacía unos años trabajaba con su socia Susana Meden y juntos realizaban trabajos exquisitos en papel y cartón. Recuerdo en especial una mesa para el té. Un mueble integramente de cartón cubierto con papeles que semejaban mármoles o leopardos. (vista en Papeles Protagónicos - muestra en el Museo Firma y Odilo Estévez - 1991)
Decía el catálogo: Estos muebles son un homenaje a ciertos objetos, hasta ahora nómades, que al fin vivirán en su propio lugar; Son juguetes discretos, permiten jugar sin que nadie se dé cuenta.

La increíblemente poética Suite de la Secesión, (1994 en el CCR), ideal, acromática y dorada. Con bellos jóvenes de espalda, desnudos, grises y rematando en una corona de laureles oro con aro de basquet.

Escribió y ensayó autorretratos, también como Emperador Romano.
Una hamaca paraguaya en un patio interior, reclusión y los tubitos con sangre.


El vampirismo
Rubén Baldemar se alimentaba de la historia del arte, de la literatura, del cine, de los viajes, de los bailes; de las clases que preparaba para sus alumnos (amaba ser profesor, aunque esto le quitara tiempo, lo hacía con placer, con pasión). Entraba al aula con el desafiante saludo utilísimas tardes. Recuerdo un domingo de regreso desde un banquito de arena, en una lanchita, pude escuchar a dos chicas hablando sobre cómo había que hacer el cubo, de cartulina, en seis partes, de 10 x 10 cm... decían que al día siguiente, lunes, tenían la clase de Baldemar y que si no lo llevaban correctamente resuelto, él se pondría como un basilisco . Me reí. Baldemar obsesionaba a sus alumnos.

Lo recuerdo buscando elementos para dar clases, eligiendo figurines en la Comedia Francesa de París. También se las arreglaba para hallar joyas tobas en plaza Montenegro.

Organizaba con sus alumnos de diseño de indumentaria desfiles (tenían un trato por el que Grafa les daba las telas para que ellos ensayaran sus creaciones). El catálogo de su ultima exposición lo diseñó uno de ellos, uno japonés. Alumnos activos e imaginantes es lo que quería. Materia viva.
En su última muestra (Heráldica, 2004) , en la galería de Flor Balestra, los alumnos zumbaban como moscas en la miel.

Rubén era una persona enorme, talentosa, exquisita,
luminosa y sombría.


Marat en París
Estando hospedados en la Casa Argentina en París, (donde Gladys Nistor tenía su taller), al entrar en la habitación, encuentro a Rubén desvanecido, atravesado sobre la cama. Pálido, ojeroso, completamente despeinado. Tenía una polera negra, jeans negros y borcegos. Estaba en equis sobre el cubrecama de raso blanco, con un brazo caído (igual que en el asesinato de Marat que habíamos visto la tarde anterior). Lo veo desvanecido y trato de hacerlo reaccionar inútilmente. Cuando estaba a punto de tomar el teléfono e inventarme un S.O.S en francés, él se levantó como una flor, sonriente... era un chiste. Era de hacer esos chistes, de probarte los nervios...


Foto final
Un retrato sobre el agua, según me dijo una vez, un momento encantado. El instante en el que atardeció súbitamente en Venecia, dejando a la ciudad desaparecida y, a nosotros, flotando en la niebla.





En busca del tiempo perdido
Nota al pie

Rubén Baldemar adoraba reírse y sin embargo muchas veces se sintió inmensamente triste.

Porque la Argentina -y Rosario- maltrata a sus verdaderos artistas.
Porque somos póstumos por naturaleza. Olvidadizos.
Llegamos tarde.
Llegamos tarde con Schiavoni, llegamos tarde con Renzi, llegamos tarde con Eleonora Traficante, llegamos tarde... tarde...


Baldemar brilla en su cielo de diamantes.
como una enorme bendición.

Su obra es ahora responsabilidad de todos.
Seamos dignos, estemos a su altura.

A Rubén Baldemar, con amor.
Xil Buffone, Buenos Aires, 21 de junio 2005.




Pasión cosmética, (como los travestis de occidente) pero a condición de dar a esa palabra el sentido que tenía entre los griegos:
derivada del cosmos .
Severo Sarduy
RosariARTE Contenidos. Fin de la nota.




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