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El Hombre, en su instancia medieval, se hallaba muy comprometido con la
Iglesia, que como Institución fuerte gobernaba con unanimidad, y la vida
misma era una ofrenda al Señor: el arte en general estaba destinado a ser
visto por los ojos de Dios, toda la música a ser apreciada por sus oídos
divinos...
El canto gregoriano había nacido en la Iglesia y se había desarrollado allí
como la forma musical estrictamente eclesiástica: el Hombre cantaba a Dios
sus alabanzas, y los fieles en el culto interpretaban juntos, a viva voz,
una sencilla melodía, sin grandes saltos interválicos y en respuesta a las
exhortaciones del sacerdote, apta para ser memorizada por todos -puesto que
aún no existía la escritura musical. Entonaban una monodía -esto es, una
sola línea melódica.
Sin embargo, la cosa no quedaría allí: esta simple monodía era claro está
interpretada coralmente por todos los fieles, entre los que se encontraban
cantores de distinta gama vocal, hombres, mujeres y niños, y cantores del
mismo sexo pero con voces algunas más bien agudas, otras más bien graves.
Y es entonces que, instintivamente, al escuchar el cántico y ante la
imposibilidad a veces de entonarlo en esa misma tesitura, cantarían
partiendo de otro punto que no era el mismo en todos, y cada fiel
comenzaría a cantar la melodía en una nota que le fuera cómoda, y en un
registro que le resultara accesible y adecuado para alabarle a Dios sin
forzarse y sin gritar. Y de este modo, se generó un engrosamiento
considerable de esta originalmente sencilla línea, una espontánea e
inconsciente "orquestación" de la simple alabanza gregoriana que pasó ahora
a estar "doblada" y "duplicada" en octavas, cuartas y quintas, tales eran
los intervalos elegidos naturalmente por estos hombres medievales.
Hay varias razones -muchas de las cuales están referidas a las leyes de la
acústica-, que justifican esta elección innata de los intervalos: el
incipiente descubrimiento de la serie de armónicos, los estudios sobre el
monocorde de Pitágoras y la diferencia entre los registros de las voces
humanas, son algunos ejemplos para mencionar.
Esta será, sin duda, una de las primeras manifestaciones polifónicas, el
surgimiento de una música construida por diversas líneas melódicas que
comienzan a desarrollarse paralelamente.
Las etapas sucesivas se conocen por los testimonios de los teóricos.
Podemos citar, además de los escritos anónimos, el Tratado de Ubaldo y el
de Guido D'Arezzo, que suministran ejemplos que demuestran una notable
evolución.