Hay en Daniel Oberti una búsqueda empecinada de explorar materiales nuevos;
en los dos últimos años viene operando diferentes estrategias que le
conducen, actualmente, a una culminación relevante en la Intervención del
Museo Castagnino.
Los objetos, en las demandas anteriores, los manipula para volverlos a
codificar; están aquellas etiquetas de gaseosas que mediante finos y
delicados recortes trenza, en un juego de lo manifiesto y lo oculto, para
desplazarla y luego apropiarse del espacio; fórmula que al joven artista le
dio un sello de identidad.
En esta propuesta, una cinta de 190 metros y un minúsculo ancho de 4
centímetros, abraza y envuelve el contorno de la fachada del museo, de esta
manera transgrede el umbral interior del espacio del edificio - es gran
contenedor - donde se ejerce el acto de contemplación de la obra artística.
Esta vez, la larga tira - simuladora de una guarda arquitectónica - es la
que nos mira y acecha en una acción simbólica, que da sentido al hecho de
observar y ser observado por los concurridos personajes; nítidos héroes de
la política, señores del mundo calificado y, también los otros, difusos
protagonistas de lo anónimo; rostros que se exponen o se ocultan, de
frontalidad evidente, de perfiles diferentes y de sutiles cambios de
escalas, confusos episodios de mundos superpuestos que, seguramente, Omar
Calabrese estimaría como neo-barroco.
Daniel Oberti, compone su repertorio artístico -¿su insatisfacción de querer ver
más halla de la pura apariencia?-, mediante los recortes a manos de
páginas de periódicos, siendo sus histriones los trozos de fotografías que
selecciona arduamente de los diarios, con ellos yuxtapone y fusiona
diligentemente la composición, planteando como veladura final la cobertura
de una cinta transparente de enmascarar, que la ha preservado, hasta ahora,
de la inclemencia del sol y la lluvia.
Rasgo de lo efímero, temporalidad, cosmovisión de un texto (en este caso
visual) planteado en la discontinuidad de la contemplación, y en el acto de
comunicación con la obra de arte donde sucede algo corporal y mental, es el
acto único y amoroso, de la experiencia estética que, a veces, no
conviene someterla a una teoría legitimadora del sistema artístico, y en la
pura intuición de lo visual encontrar el goce.